viernes, 20 de abril de 2012

¿POR QUÉ SE HUNDIÓ EL TITANIC? ¿QUIÉN ES EL RESPONSABLE?


Se debió a una serie de coincidencias fatales, por arrogancia, falta de diligencia e imprevisión.
En la entrega anterior: A las 2:20 a.m. del 15 de abril de 1912 el Titanic se fue a pique. En las aguas heladas queda un paisaje tétrico y el mundo se entera de la noticia.
La culpa debe atribuirse a una serie de coincidencias fatales, nacidas de la arrogancia, la falta de diligencia y la imprevisión. Es un hecho, por ejemplo, que nunca se efectuó el simulacro de emergencia que debería haber tenido lugar al partir de Queenstown. Por otra parte, el Titanic disponía de toda clase de lujos, pero no contaba con recursos elementales, como binóculos para los vigías. De haberlos tenido, el témpano habría sido avistado varios segundos antes y posiblemente esquivado a tiempo, según lo atestiguó el propio vigía Fleet.
La investigación probó que el capitán Smith y sus ayudantes más cercanos no obraron con suficiente diligencia al enterarse, por seis mensajes distintos recibidos el 14 de abril, de que había témpanos de hielo en el camino. Entre los factores críticos que condujeron al desastre se ha debatido mucho la maniobra realizada por el primer oficial Murdoch en el momento en que fue alertado sobre la inminencia del iceberg.
Los manuales de navegación -principalmente la edición de 1910 de -Marinero moderno- recomendaban enfrentar un objeto muy cercano acelerando motores y ofreciéndole la proa a manera de cuchilla. Al frenar la marcha y exponer el flanco, la peor parte no podía llevarla el témpano sino el buque. "Murdoch -explicó un experto- actuó de tal manera que en vez de evitar la colisión la provocaba".
Resultó evidente, asimismo, que los marineros no estaban familiarizados con la nave y, al omitirse el simulacro del día 14, perdieron la oportunidad reglamentaria de conocer mejor el complicado trasatlántico.
La responsabilidad que cabe al Californian fue debatida ampliamente. Si Rostron, capitán del Carpathia, fue el héroe del salvamento y recibió miles de cartas de felicitación y agradecimiento, Stanley Lord, capitán del Californian, fue el villano de la historia y su carrera se vino a pique. Terminó como capitán de un pequeño buque de una fábrica de nitratos y en 1927 se retiró por razones de salud.
Mientras estos temas se debatían agitadamente en el mundo entero, un nuevo misterio relacionado con el Titanic era objeto de comentarios. ¿Qué había ocurrido con los miles de cadáveres que supuestamente quedaron como saldo del naufragio? El Carpathia, el Californian -que llegó cuando terminaban las labores de rescate- y el Olympic, que anduvo 600 kilómetros en auxilio de su buque hermano, recogieron apenas unos pocos. Otros se hundieron con el barco. Pero los sobrevivientes mencionaban a cientos de personas que habían caído al agua al desaparecer el trasatlántico. ¿Qué había sido de ellas? No podían haberse precipitado al fondo del mar, porque casi todas tenían chalecos salvavidas. Se descartaba, asimismo, la posibilidad de que los peces hubieran dado absoluta cuenta de cientos de cadáveres en un lapso de pocos días.
A fines de abril se despejó el misterio. Con el aumento de la temperatura del agua al avanzar la primavera, se disolvió parcialmente una masa de icebergs que había atrapado a numerosos cadáveres y estos empezaron a aparecer, como inesperados fantasmas, en aguas del Atlántico. El buque Mackay-Bennett encontró y rescató 306 a varios kilómetros del sitio del naufragio. El Winifredian pescó uno a 31 kilómetros; el Minia reportó haber divisado 17 en un lugar situado 75 kilómetros al oriente del sitio fatal; el Bremen contabilizó, aún más lejos de allí, cerca de 150 cadáveres, e incluso describió algunas de sus características: un hombre vestido de etiqueta sobre una puerta, otros aferrados aún a sillas de madera, dos caballeros tomados del brazo, una señora en traje de noche.
El espectáculo macabro se prolongó durante varias semanas. Unos inmigrantes escandinavos señalaron al arribar a Estados Unidos, días después, que habían tropezado con varios cadáveres. Wyn Craig Wade transcribe sus palabras en otro libro publicado sobre el Titanic: "Repetidas veces -informaron los inmigrantes- los cuerpos eran golpeados por nuestro buque y arrojados por el aire a una altura de varios metros".
Seguramente entre ellos se encontraban, reunidos por primera vez, pasajeros de tercera, a quienes solo se les permitió subir a cubierta minutos antes del hundimiento, y multimillonarios que no encontraron cupo en los botes. Perecieron entre estos últimos varios personajes cuyas fortunas superaban -hace 100 años- el millón de libras esterlinas: coronel J. J. Astor (30 millones de libras), Benjamín Guggenheim (20 millones), I. Strauss (10 millones), G. Widener (10 millones), G. W. Roebling (5 millones).
Un periódico de la época calculó que el patrimonio de los magnates ahogados representaba en total 120 millones de libras: suficiente para comprar muchas veces el Titanic.



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