Se debió a una serie de coincidencias fatales, por arrogancia, falta de
diligencia e imprevisión.
En la
entrega anterior: A las 2:20 a.m. del 15 de abril de 1912 el Titanic se fue a
pique. En las aguas heladas queda un paisaje tétrico y el mundo se entera de la
noticia.
La culpa
debe atribuirse a una serie de coincidencias fatales, nacidas de la arrogancia,
la falta de diligencia y la imprevisión. Es un hecho, por ejemplo, que nunca
se efectuó el simulacro de emergencia que debería haber tenido lugar al partir
de Queenstown. Por otra parte, el Titanic disponía de toda clase de lujos,
pero no contaba con recursos elementales, como binóculos para los vigías.
De haberlos tenido, el témpano habría sido avistado varios segundos antes y
posiblemente esquivado a tiempo, según lo atestiguó el propio vigía Fleet.
La
investigación probó que el capitán Smith y sus ayudantes más cercanos no
obraron con suficiente diligencia al enterarse, por seis mensajes distintos
recibidos el 14 de abril, de que había témpanos de hielo en el camino. Entre
los factores críticos que condujeron al desastre se ha debatido mucho la
maniobra realizada por el primer oficial Murdoch en el momento en que fue
alertado sobre la inminencia del iceberg.
Los manuales
de navegación -principalmente la edición de 1910 de -Marinero moderno-
recomendaban enfrentar un objeto muy cercano acelerando motores y ofreciéndole
la proa a manera de cuchilla. Al frenar la marcha y exponer el flanco, la peor
parte no podía llevarla el témpano sino el buque. "Murdoch -explicó un
experto- actuó de tal manera que en vez de evitar la colisión la
provocaba".
Resultó
evidente, asimismo, que los marineros no estaban familiarizados con la nave y,
al omitirse el simulacro del día 14, perdieron la oportunidad reglamentaria de
conocer mejor el complicado trasatlántico.
La
responsabilidad que cabe al Californian fue debatida ampliamente. Si Rostron, capitán del Carpathia, fue el héroe
del salvamento y recibió miles de cartas de felicitación y agradecimiento, Stanley
Lord, capitán del Californian, fue el villano de la historia y su carrera se
vino a pique. Terminó como capitán de un pequeño buque de una fábrica de
nitratos y en 1927 se retiró por razones de salud.
Mientras
estos temas se debatían agitadamente en el mundo entero, un nuevo misterio
relacionado con el Titanic era objeto de comentarios. ¿Qué había ocurrido con los miles de cadáveres
que supuestamente quedaron como saldo del naufragio? El Carpathia, el
Californian -que llegó cuando terminaban las labores de rescate- y el Olympic,
que anduvo 600 kilómetros en auxilio de su buque hermano, recogieron apenas
unos pocos. Otros se hundieron con el barco. Pero los sobrevivientes
mencionaban a cientos de personas que habían caído al agua al desaparecer el
trasatlántico. ¿Qué había sido de ellas? No podían haberse precipitado al
fondo del mar, porque casi todas tenían chalecos salvavidas. Se descartaba,
asimismo, la posibilidad de que los peces hubieran dado absoluta cuenta de
cientos de cadáveres en un lapso de pocos días.
A fines de
abril se despejó el misterio. Con el aumento de la temperatura del agua al
avanzar la primavera, se disolvió parcialmente una masa de icebergs que había
atrapado a numerosos cadáveres y estos empezaron a aparecer, como inesperados
fantasmas, en aguas del Atlántico. El buque Mackay-Bennett encontró y
rescató 306 a varios kilómetros del sitio del naufragio. El Winifredian
pescó uno a 31 kilómetros; el Minia reportó haber divisado 17 en un lugar
situado 75 kilómetros al oriente del sitio fatal; el Bremen contabilizó, aún
más lejos de allí, cerca de 150 cadáveres, e incluso describió algunas de sus
características: un hombre vestido de etiqueta sobre una puerta, otros
aferrados aún a sillas de madera, dos caballeros tomados del brazo, una señora
en traje de noche.
El
espectáculo macabro se prolongó durante varias semanas. Unos inmigrantes
escandinavos señalaron al arribar a Estados Unidos, días después, que habían
tropezado con varios cadáveres. Wyn Craig Wade transcribe sus palabras en
otro libro publicado sobre el Titanic: "Repetidas veces -informaron los
inmigrantes- los cuerpos eran golpeados por nuestro buque y arrojados por el
aire a una altura de varios metros".
Seguramente
entre ellos se encontraban, reunidos por primera vez, pasajeros de tercera, a
quienes solo se les permitió subir a cubierta minutos antes del hundimiento, y
multimillonarios que no encontraron cupo en los botes. Perecieron entre estos
últimos varios personajes cuyas fortunas superaban -hace 100 años- el millón de
libras esterlinas: coronel J. J. Astor (30 millones de libras), Benjamín
Guggenheim (20 millones), I. Strauss (10 millones), G. Widener (10 millones),
G. W. Roebling (5 millones).
Un periódico
de la época calculó que el patrimonio de los magnates ahogados representaba en
total 120 millones de libras: suficiente para comprar muchas veces el Titanic.
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