Siendo ya adulto, este abogado londinense descubrió por fin que su
padre era el biólogo austríaco Bertold Wiesner, quien en los años
cuarenta había fundado junto a su mujer, Mary Barton, la clínica de
fertilización London Barton.
Pero la mayor sorpresa llegó en 2007,
cuando las pruebas de ADN practicadas a 18 personas nacidas gracias a
los tratamientos de Wiesner demostraron que 12 de ellas, es decir, dos
tercios, eran hijos del propio Wiesner, que había actuado como el
donante de esperma. En declaraciones al diario The Sunday Times,
Gollancz asegura que un cálculo conservador hace pensar que entre 300 y
600 de los 1.500 bebés concebidos en la clínica mientras estuvo abierta,
desde los años cuarenta a mediados de los años sesenta, podrían ser
hijos del doctor Wiesner, fallecido en 1972 a la edad de 70 años. Un
especialista consultado por el diario eleva esa cifra hasta 1.000.
El
caso plantea la posibilidad, aunque estadísticamente muy poco probable,
de que algunos de esos 600 hijos se hayan podido casar entre ellos y
hayan concebido hijos con los riesgos habituales en las parejas
consanguíneas.
Hoy es muy difícil que se produzca un caso como
ese. Legalmente es imposible al menos en Reino Unido, donde la ley
establece que los donantes de esperma sólo pueden fertilizar a un máximo
de 10 familias, la cual limita el tope en familias, y no en hijos, para
permitir que una misma familia pueda tener varios hijos del mismo
donante si así lo desea.
Gollancz, abogado de profesión y
residente en Londres, ha localizado ya a 11 medio hermanos, entre ellos,
el documentalista y cineasta canadiense Barry Stevens. Es difícil saber
cuántos hijos exactamente concibió el médico angloaustríaco y quienes
son, porque Mary Barton, que falleció hace 11 años, destruyó todos los
archivos de la clínica, que estaba situada en la elegante zona de
Portland Place y a la que acudían sobre todo clientes de clase media y
alta, incluido un lord.
En unos debates organizados por el
gobierno británico en 1959 sobre inseminación artificial, Barton
declaró: “Yo emparejaba raza, color y estatura y todos los donantes se
elegían entre gente inteligente”, según el Daily Mail. “No aceptaría a
un donante que no estuviera por encima de la media. Si vas a ‘concebir a
un niño’ de forma deliberada, tienes que poner las exigencias por
encima de lo normal”, añadió.
Sin embargo la clínica se proveía a
menudo a través de amigos de la pareja y no está claro que ella supiera
que muchas veces el semen era el de su marido, que es quien se encargaba
de encontrar a los donantes.
En la actualidad, no sólo está
limitado el número de donaciones de una misma persona, sino que es
obligatorio mantener sus datos por si algún día las personas nacidas por
inseminación artificial quieren saber quién es su padre biológico.
Pero
David Gollancz cree que eso no es suficiente. “Me gustaría que en los
certificados de nacimiento figurara el nombre del donante de esperma o
de óvulos”, opina: “Lamentablemente muchos de los padres que los reciben
nunca les dicen a sus niños que han sido concebidos de esa forma, lo
que significa que nunca sabrán cómo encontrar al padre donante”.
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